Módulo 2.1. Aspectos fisicoquímicos, nutricionales y fisiológicos del agua.

6.1.4. Enfermedades

 

Patologías  como la insuficiencia renal avanzada pueden afectar directamente al balance hídrico disminuyendo la diuresis y con ella la eliminación de agua y solutos, lo que obliga a reducir la ingesta de líquidos para que no se produzca un peligroso aumento del volumen y de la presión plasmática. Asimismo, enfermedades de tipo endocrino como el síndrome de Cushing, que cursa con un exceso de aldosterona, provocan la  retención de sodio y el aumento del volumen plasmático aconsejándose en esta situación un recorte en la ingesta hídrica. Por el contrario, otras enfermedades endocrinas como la diabetes insípida (falta de ADH) y la diabetes mellitus (cuando se superan glicemias de 180 mg/dl) producen diuresis muy superiores a las normales generando un balance negativo que se compensa con la exacerbación de la sed y con la subsiguiente ingesta masiva de agua. Enfermedades infecciosas que afectan al tracto digestivo como el cólera o diversos tipos de gastroenteritis dan lugar a diarreas que arrastran consigo grandes cantidades de agua y sales, las cuales deben ser repuestas para mantener el volumen y la concentración plasmáticos. Por otro lado, los pacientes críticos con estrés posquirúrgico, shock séptico o postraumático presentan una menor capacidad renal para la concentración de la orina, con lo que las pérdidas de agua asociadas a la diuresis mínima son superiores y deben ser compensadas por aportes hídricos aumentados. Otras situaciones como hemorragias y grandes quemaduras implican la pérdida directa de sangre y otros fluidos, lo que obliga a una mayor ingesta de agua y, en muchas ocasiones, a su reposición directa mediante transfusiones o la administración de sueros intravenosos.

* Nota: Las alteraciones del equilibrio hidroelectrolítico producidas por las anteriores enfermedades se tratarán en el apartado 8.

6.1.5. La dieta

En general las necesidades hídricas son mayores si se sigue una dieta rica en alimentos pobres en  agua, densos energéticamente y con un alto contenido en sal. Así, el consumo habitual de frutos secos, conservas de carnes y pescados, pan desecado, quesos curados y embutidos eleva los requerimientos de agua y, en consecuencia, dispara la sed. El exceso de proteínas y sal  asociado a este tipo de dietas produce una elevada carga de solutos que incrementa la diuresis esencial y con ella las necesidades de agua.

Por el contrario, una dieta sin sal añadida en la que predominen alimentos como las frutas, las verduras, las sopas y los purés vegetales, así como la leche y los yogures, exige una menor ingesta de agua.

  • Algo a tener en cuenta:

Cuando se cena jamón salado es frecuente levantarse a media noche para beber agua y comenzar el día siguiente con una micción abundante. Tales efectos son consecuencia de los mecanismos que evitan un incremento en la concentración extracelular de sodio, consistentes en una menor producción de  hormona aldosterona, en la excitación de la sed y en la mayor secreción de hormona antidiurética.  Como primera consecuencia, disminuye la concentración plasmática al aumentar la retención y el ingreso de agua.  Acto seguido, en cuanto se detecta un ligero aumento del volumen extracelular,  se anulan la sed y la  secreción de ADH lo que, unido a la escasez de aldosterona, permite la producción de una orina abundante y rica en sodio. Así, el organismo elimina la sobrecarga de solutos y mantiene su volumen plasmático estable.   * Nota:  Para entender el mecanismo de la sed y las funciones de la ADH y de la aldosterona, véase el apartado 7.    

 6.1.6. La temperatura y la humedad ambiental

El organismo debe desprenderse continuamente del excedente calórico generado por el metabolismo a fin de mantener estable su temperatura interna. Como es lógico, la intensidad de esta eliminación aumenta a medida que la temperatura ambiental iguala y supera a la corporal. En ambientes muy cálidos la emisión de calor ha de ser forzada por vía respiratoria y por la transpiración, lo que implica un notable incremento de las pérdidas insensibles de agua en forma de vaho exhalado y de sudor respectivamente. Esta fuga ha de ser compensada mediante una ingesta adecuada para evitar la deshidratación.

La humedad sumada a las altas temperaturas obstaculiza la transpiración ya que la  elevada presión de vapor ambiental retrasa la evaporación del sudor sobre la piel, condición necesaria para la liberación del calor corporal. Así, el sudor se acumula dándose la sensación de “calor pegajoso” típica de los días de bochorno.

* Nota. Recuérdese que la eficacia del agua como vehículo de escape del calor corporal se basa en su elevado calor latente de vaporización. Véase el apartado 3.2.1

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