8.5. Alteraciones del equilibrio hidroelectrolítico en la vejez
La edad avanzada implica cambios fisiológicos que hacen a la persona más vulnerable frente al padecimiento de trastornos hidroelectrolíticos.
Al nivel renal dichos cambios suponen una disminución del filtrado glomerular y del flujo sanguíneo que atraviesa el riñón, ocasionados por la menor elasticidad vascular y por la merma del número de nefronas activas. Asimismo, el anciano presenta una baja tasa de reabsorción tubular de agua y de sodio debido a una conjunción de factores como la mayor carga osmótica que debe soportar cada nefrona (ya que el número de nefronas funcionantes es menor que en adulto joven), el inferior rendimiento de la bomba Na+/K+-ATPasa (asociado probablemente a una disfunción de los cotransportadores de sodio, potasio y cloro), el descenso de la actividad del sistema renina-angiotensina-aldosterona y el aumento de la concentración plasmática del péptido natriurético atrial (PNA). A esto se suma una peor sensibilidad de los receptores celulares de la ADH, lo que merma la capacidad de retención de agua libre de solutos. Además, el rendimiento de la ADH puede verse afectado por fallos en su secreción, que responde bien frente a pequeños incrementos de la osmolaridad plasmática pero no frente a disminuciones del volumen y de la presión sanguínea.
Los anteriores condicionantes suponen un aumento de la natriuresis lo que dificulta la conservación de sodio y agua. Así, en el anciano se verifica una menor capacidad de concentrar la orina cuyo máximo apenas alcanza los 700-800 mOsm/l frente a los 1200-1400 mOsm/l en el adulto. Como ya se ha comentado en el apartado 7.3, esta disminución supone un notable incremento de la diuresis mínima y, por lo tanto, una deficiente retención del agua en situaciones de balance hídrico negativo, como ocurre durante el padecimiento de estados febriles, cuadros diarreicos o en ambientes calurosos, siempre y cuando las pérdidas no sean compensadas con una ingesta adecuada de líquidos.
- Algo a tener en centa:
Tomando como base una carga de solutos de 1000 mOsm/l, la diuresis mínima en el adulto se sitúa en 1000/1300 = 0,77 l/día, mientras que en un anciano puede llegar a 1000/700 = 1,43 l/día
El anciano también presenta una menor capacidad para diluir la orina en casos de sobrecarga hídrica, llegando a un tope de 100 mOsm/l frente a los 50-60 mOsm/l del adulto, lo que también le hace más sensible a la sobrehidratación.
Otro hecho relevante que caracteriza fisiológicamente a los ancianos es su tendencia a ingerir menos agua al tener aumentado su umbral de la sed que, consiguientemente, aparece tras un descenso más pronunciado de la osmolaridad plasmática. Así, en las mismas condiciones, la persona mayor puede alcanzar un grado de deshidratación voluntaria más avanzado que el adulto. Recuérdese el apartado 8.3.1.
Otras circunstancias habituales en la vejez como pueden ser el padecimiento de cuadro confusional, la demencia o la disfagia a los líquidos, confluyen con la citada falta de sed dificultando aún más la ingesta de agua.
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