8.4. Alteraciones del equilibrio hidroelectrolítico en el ejercicio físico
El inicio de cualquier actividad física, como correr, supone un incremento del trabajo muscular, lo que obliga a una aceleración brusca del metabolismo oxidativo para redoblar la producción de ATP. Con este fin se acelera y se optimiza la degradación de los substratos energéticos al alcance de la célula muscular según un orden de prioridad: primero la pequeña remesa fosfágena (ATP y fosfocreatina), luego la glucosa libre y la obtenida a partir del glucógeno muscular, y finalmente, las grasas de reserva y los aminoácidos.
Esta situación exige un gran consumo de oxígeno que puede llegar a ser hasta 20 veces superior al basal y que genera como residuos grandes excedentes de CO2, agua y calor. El aparato respiratorio garantiza holgadamente el suministro extra de oxígeno así como la correspondiente eliminación de CO2 y agua incrementando el ritmo y la intensidad de la ventilación. Una vez en la sangre, el transporte de oxígeno se acelera gracias al aumento de la capacidad cardiaca, que pasa de 70 a 200 pulsaciones por minuto en situaciones de máximo esfuerzo, lo que permite un riego muscular hasta 25 veces superior al normal.
La oxidación masiva de substratos en el músculo genera gran cantidad de energía pero solo una pequeña parte (entre el 15-25%) es ATP útil para la contracción. El resto se desprende en forma de calor con una intensidad hasta 20 veces superior a las condiciones de reposo. Este exceso es aprovechado en parte para disminuir la resistencia viscosa de la sangre, facilitando su circulación capilar a través de la masa muscular, y para mejorar la elasticidad de los tendones y de las articulaciones. No obstante, la mayor parte del calor producido debe encontrar una amplia y rápida vía de escape ya que, de lo contrario, incrementaría la temperatura corporal hasta niveles incompatibles con la vida.
Durante el ejercicio se potencian los tres principales sistemas de eliminación del calor: 1/ el mecanismo de la transpiración, basado en la producción de sudor que al evaporarse libera calor, 2/ el mecanismo cardiovascular, basado en la vasodilatación periférica y la mayor circulación capilar, que permite la eliminación del calor desde la sangre a través de la epidermis y 3/ el mecanismo respiratorio, basado en la intensa ventilación pulmonar que propicia la eliminación de más calor a través del vapor de agua espirado.
Como consecuencia, la actividad física moderada e intensa, sobre todo si se realiza en condiciones de mucho calor, implica grandes pérdidas insensibles de agua por sudor y respiración, así como de electrolitos extracelulares (sodio, el cloro) y, en menor medida, intracelulares (potasio) a través del sudor. Además, se produce un aumento del flujo sanguíneo periférico dirigido a los músculos y a la región subdérmica, a costa de una menor circulación central (esplácnica y renal). Estas circunstancias determinan dos condiciones críticas que se ven amenazadas por la deshidratación: 1/ el mantenimiento de los niveles de electrolitos en el medio extracelular y 2/ la conservación del volumen plasmático. Si ambas condiciones no se dan, decaerá el rendimiento físico y, lo que es más importante, la capacidad para controlar el incremento de la temperatura corporal.
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