9.3.6. Obesidad
La obesidad es considerada un factor de riesgo cardiovascular al confluir en ella circunstancias favorecedoras del proceso aterogénico.
En primer lugar, la obesidad puede propiciar mayores tasas de tensión arterial, así como un cierto grado de resistencia a la insulina que puede degenerar en diabetes tipo 2. Asimismo, la obesidad suele acompañarse, aunque no siempre, de dislipemia. De este modo, no es infrecuente que estas tres situaciones (hipertensión, diabetes y dislipemia) converjan en la persona obesa aumentando notablemente su tendencia a la ateroesclerosis y, en consecuencia, su riesgo vascular.
La distribución de la grasa corporal constituye un hecho importante a considerar. En este sentido, la obesidad de tipo visceral o tronco-torácica (típica en los varones y en las mujeres postmenopáusicas) está más relacionada con patologías cardiovasculares que la obesidad glúteo-femoral (observada en las mujeres durante la edad fértil).
En general, la obesidad no es debida a una causa concreta sino a un amplio abanico de factores: dieta excesiva en calorías, inactividad física, tendencia genética al sobrepeso, resistencia a la insulina, etc. Tales factores cambian en cada individuo pudiendose potenciar entre sí y propiciar, como acabamos de ver, la aparición de EV.
9.3.7. El tabaquismo
Constituye otro de los grandes factores de riesgo vascular. La llegada de humo a los pulmones implica la presencia en sangre de una serie de sustancias como la nicotina, el monóxido de carbono y ciertos radicales que potencian procesos de oxidación a nivel endotelial arterial propiciando microlesiones en la pared vascular, hecho determinante en la génesis y el posterior desarrollo de la placa. Por otro lado, las mencionadas sustancias aumentan la oxidación del LDL-colesterol, lo que aumenta su capacidad de depositarse en las arterias. Estos y otros efectos contrastados justifican la recomendación de dejar de fumar como una de las más importantes de cara a la prevención de las EV.